domingo, 6 de diciembre de 2009

Confesiones de un runningómano

Como todo enfermo que padece una adicción, niego rotundamente que sufra cualquier tipo de obsesión patológica. Aquí estoy, satisfecho de correr, orgulloso de saber que las recomendaciones del gobierno sobre "hábitos saludables" no van conmigo. Pero últimamente, parece ser, no me distingo en nada de un adicto a la heroína. Un grupo de científicos -añadiría 'pseudo' de prefijo- han afirmado que "el exceso de ejercicio físico comparte similitudes con el consumo de drogas".

Este tipo de aserciones ya resultaba familiar al hablar de "deportes extremos", cuyos devotos han sido tildados siempre de "yonkis de la adrenalina". Sin embargo, ahora ésto se hace extensivo a correr; sí, a esa actividad recomendada desde siempre y por todos para mantenerse en forma.

Han hallado que demasiada carrera desencadena una reacción en la mente similar a la que provoca la heroína, y por lo tanto, es igualmente adictiva. Y, ¡aún peor!, la abstinencia repentina puede provocar mono: temblores, sudores, náuseas y mareos. ¡Por favor!

Publicado en un artículo de Behavioural Neuroscience, los investigadores nos advierten que el deseo de saltar del sofá y perder unos kilos puede convertirse rápidamente en un comportamiento tan compulsivo como el consumo de narcóticos. El deporte moderado se convierte en un serio y preocupante hábito de maratón.

¡Que me lo digan a mi! Mi historia empezó como un deseo de ponerme en forma y mejorar la resistencia en mi otro deporte, el judo. A los pocos meses, ya me había apuntado al maratón de Barcelona. Como muchos otros corredores, encontré en esta prueba que la mezcla de camaradería, excitación y euforia al atravesar la meta era un mezcla fabulosa. Y me enganché.

En cuanto las ampollas remitieron y desapareció de mi memoria el recuerdo de todos mis músculos doloridos, me sobrevino un pensamiento. ¿Qué es lo siguiente? ¿Cual va a ser mi próximo reto? Me encontraba ya en lo alto de una pendiente resbaladiza hacia metas más duras: ultra-maratones, carreras non-stop, travesías de cinco días por el desierto, triatlones.

¡Y os advierto! No soy el único. De un tiempo a esta parte he conocido a muchos otros con personalidades adictivas. Tipos que dejaron el alcohol y los 40 cigarrillos diarios y pasaron a incribirse en carreras cada fin de semana, incluyendo pruebas de resistencia extrema. ¡Infelices! ¡Nada han ganado! ¡Solo han cambiado una adicción por otra!

Todos coincidimos en que somos gente que necesita el ejercicio físico, así que nadie ni nada nos intente detener. No creo que sea adicto a correr, únicamente he hecho del deporte parte de mi vida. Me enorgullezco plenamente de ello y lo veo como una cosa positiva. ¿Alguien ha oído decir alguna vez a un heroinómano que es feliz de serlo?

Admitamos finalmente que se trata de una adicción y que estamos enganchados. Los opiáceos como la heroína crean de forma artificial lo que el cuerpo produce naturalmente. El cóctel de drogas que el cuerpo produce al correr incluye endorfinas (efecto analgésico), dopaminas (producidas también durante el orgasmo), así como serotonina (efecto antidepresivo) y adrenalina (aumenta fuerza y concentración). No está mal. En otras palabras, si quieres un subidón, olvida el caballo y ¡empieza a correr!

¿Quién no ha visto rebrotar sus fuerzas al ver la línea de meta tras los 42 kilómetros del maratón? ¿Quién no ha sentido que correr los últimos 195 metros son un auténtico premio y un tsunami de sensaciones? Ésto me da un último argumento contra la adicción: mientras que un subidón de cocaína no pasa aparentemente de los 15 minutos, después de una gran carrera, podemos viajar en un globo de euforia durante toda la semana.

Los investigadores han afirmado que dejarlo de golpe puede llevarte a un bajón: depresión, abatimiento, apatía, malhumor. Yo no puedo dejarlo. Tras unos días sin correr, me subo por las paredes. Sí, parece pues que debe haber un elemento adictivo en todo ésto. Sin embargo, hace unos días, en un reconocimiento médico, el doctor me dijo que tenía los pulmones de una persona diez años más joven.

¡Bendita adicción!