martes, 15 de julio de 2008

Esos locos que corren...


Yo les conozco. Les he visto muchas veces. Son raros.

Algunos salen temprano por la mañana y se empeñan en ganar al sol. Otros se insolan a mediodía, se cansan por la tarde o intentan que no les atropelle un camión por la noche. Están locos. En verano corren, trotan, sudan, se deshidratan y finalmente se agotan... sólo para disfrutar del descanso. En invierno se tapan, se abrigan, se quejan, se enfrían, se resfrían y dejan que la lluvia les moje la cara.

Yo les he visto. Pasan rápido por la rambla, despacio entre los árboles, serpentean caminos de tierra, trepan cuestas empedradas, trotan por la calzada de una carretera perdida, esquivan olas en la playa, cruzan puentes de madera, pisan hojas secas, suben cerros, saltan charcos, atraviesan parques, se enfadan con los coches que no frenan, hacen ladrar a un perro y corren, corren y corren. Escuchan música que acompaña el ritmo de sus piernas, escuchan a las gaviotas, escuchan sus latidos y su propia respiración, miran hacia delante, miran sus pies, huelen el viento que pasa por los eucaliptos, la brisa que sale de los naranjos, respiran el aire que llega de los pinos y entreparan cuando pasan frente a los jazmines.

Yo les he visto. No están bien de la cabeza. Usan camisetas traspirables y zapatillas de marca. Sudan camisetas, se ponen gorras y miden una y otra vez su propio tiempo. Están tratando de ganar a alguien. Trotan con el cuerpo flojo, pasan a la del perro blanco, giran después de la columna, buscan una fuente para refrescarse... y siguen. Se inscriben a todas las carreras... pero no ganan ninguna. Empiezan a correrla la noche anterior, sueñan que trotan y por la mañana se levantan como niños el Día de Reyes. Han preparado la ropa que descansa sobre una silla, como lo hacían en su infancia en víspera de vacaciones. El día antes de la carrera comen pasta y no beben alcohol, pero se premian con descaro y con asado apenas termina la competición. Nunca pude calcularles la edad pero seguramente tienen entre 15 y 85 años. Son hombres y mujeres.

No están bien. Se apuntan en carreras de ocho o diez kilómetros y antes de empezar saben que no podrán ganar aunque falten todos los demás. Estrenan ansiedad en cada salida y unos minutos antes del disparo necesitan ir al baño. Ajustan su cronómetro y tratan de ubicar a los cuatro o cinco a los que hay que ganar. Son sus referencias durante la carrera: 'Cinco que corren parecido a mí'. Ganar únicamente a uno de ellos será suficiente para dormir toda la noche con una sonrisa. Disfrutan cuando pasan a otro corredor... pero le alientan, le dicen que falta poco y le piden que no afloje. Preguntan por el puesto de avituallamiento y se enojan porque no aparece. Están locos. Ellos saben que en sus casas tienen todo el agua que quieran, sin esperar que se la entregue un niño que levanta un vaso cuando pasan. Se quejan del sol que les mata o de la lluvia que no les deja ver. Están mal. Ellos saben que allí cerca está la sombra de un sauce o el resguardo de un techo.

No las preparan... pero tienen todas las excusas para el momento en que llegan a la meta. No las preparan... porque son parte de ellos. El viento en contra, no corría ni una gota de aire, el calzado nuevo, el circuito mal medido, los que empiezan caminando por delante y no te dejan pasar, el cumpleaños al que fuimos anoche, la llaga en el pie derecho de la costura del calcetín nuevo, la rodilla que me volvió a traicionar, arranqué demasiado rápido, no dieron suficiente agua, al llegar iba a esprintar pero no quise. Disfrutan al partir, disfrutan al correr y cuando llegan disfrutan de levantar los brazos porque dicen que lo han conseguido. ¡Qué ganaron una vez más! No se dieron cuenta de que quedaron detrás de un centenar o un millar de personas... pero insisten en que volvieron a ganar.

Son raros. Se inventan una meta en cada carrera. Se ganan a sí mismos, a los que insisten en mirarles desde la valla, a los que los miran por televisión y a los que ni siquiera saben que hay locos que corren. Les tiemblan las manos cuando se pinchan la ropa al colocarse el dorsal, simplemente por que no están bien. Les he visto pasar. Les duelen las piernas, se acalambran, les cuesta respirar, tienen pinchazos en el costado... pero siguen. A medida que avanzan en la carrera los músculos sufren más y más, la cara se les desfigura, el sudor corre por sus caras, los pinchazos empiezan a repetirse y dos kilómetros antes de la llegada comienzan a preguntarse qué están haciendo allí. ¿Por qué no ser uno de los cuerdos que aplauden desde detrás de la valla?

Están locos. Yo les conozco bien. Cuando llegan se abrazan a su mujer o a su esposo que disimulan por puro amor el sudor de su cara y de su cuerpo. Les esperan sus hijos y hasta algún nieto o algún abuelo les pega un grito solidario cuando atraviesan la meta. Llevan un cartel en la frente que se enciende y se apaga diciendo "Llegué; Misión Cumplida". Apenas llegan beben agua y se mojan la cabeza, se tiran en la hierba a reponerse pero se levantan enseguida porque les saludan los que llegaron antes. Se vuelven a tirar y otra vez se levantan porque van a saludar a los que llegan después que ellos. Intentan tirar una pared con las dos manos, suben su pierna desde el tobillo e intentan tocar su rodilla con la cabeza, abrazan a otro loco que llega más sudado que ellos.

Les he visto muchas veces. Están mal de la cabeza. Miran con cariño y sin lástima al que llega diez minutos más tarde, respetan al último y al penúltimo porque dicen que son respetados por el primero y por el segundo. Disfrutan de los aplausos aunque vengan cerrando la marcha ganando solamente a la ambulancia o al tipo de la escoba. Se agrupan por equipos y viajan 200 kilómetros para correr 10. Compran todas las fotos que les sacan y no advierten que son iguales a las de la carrera anterior. Cuelgan sus medallas en lugares de la casa en que la visita pueda verlas y tenga que preguntar.

Están mal. -Esta es del mes pasado- dicen tratando de usar su tono más humilde. -Esta es la primera que gané- dicen omitiendo informar que esa se la entregaban a todos, incluyendo al que llegaba último y al guardia de tráfico.

Dos días después de la carrera ya están tempranito saltando charcos, subiendo montes, braceando rítmicamente, saludando a ciclistas, chocando las palmas de las manos de los colegas que se cruzan.

Dicen que pocas personas por estos tiempos son capaces de estar solos consigo mismo una hora al día. Dicen que los pescadores, los nadadores y algunos más. Dicen que la gente no soporta tanto silencio. Dicen que ellos lo disfrutan. Dicen que proyectan y hacen balances, que se arrepienten y se congratulan, se cuestionan, preparan sus días mientras corren y conversan sin miedos con ellos mismos. Dicen que el resto busca excusas para estar siempre acompañado.

Están mal de la cabeza. Yo les he visto. Algunos solo caminan... pero un día... cuando nadie les mira, se animan y trotan un poquito. En unos meses empezarán a transformarse y quedarán tan locos como ellos. Estiran, se miran, giran, respiran, suspiran y se lanzan. Aceleran, frenan y vuelven a acelerar. Me parece que quieren ganarle a la muerte. Ellos dicen que quieren ganarle a la vida.

Están completamente locos.

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